Espacios de exclusión.

Alfonso del Río Almagro. Espacios de exclusión. La neutralidad del espacio como estrategia de localización de la diferencia, REVISTA HUM 736: PAPELES DE CULTURA CONTEMPORÁNEA, Espacios de encuentro-lugares de conflicto, nº 7, Editada por el Grupo de Investigación: Tradición y modernidad en la cultura artística contemporánea, integrado en el Plan Andaluz de Investigación de la Junta de Andalucía, Cód: HUM. 736, Universidad de Granada, diciembre, 2005, págs. 6-16. ISSN: 1695-8284.


Espacios de exclusión. La neutralidad del espacio como estrategia de localización de la diferencia.

El artista no es un creador de sociedad (…) ni un mero espejo pasivo de la misma, sino un miembro de la comunidad que no puede aislarse de las condiciones del espacio que habita, ni debe eludir las responsabilidades éticas y políticas que implica su posición en dicho medio[1] Suzanne Lacy

Uno de los debates que repetidamente se viene produciendo en el terreno de lo artístico, se plantea en un intento por definir la especificidad del objeto de conocimiento de nuestro campo frente a otros terrenos del saber. Cuando pensamos en el objeto de conocimiento de nuestras investigaciones, a duras penas quedan resquicios que nos remitan a un elemento compartido del que podamos seguir estableciendo líneas comunes, y nos permita establecer un entorno concesuado desde el que poder establecer acuerdos. El campo artístico se desliza por múltiples intereses, en ocasiones inconfesables, en su mayoría disgregados y producto en algunos casos de revisiones críticas que nos liberan de la hegemonía de dictámenes sesgados e intencionadamente construidos. Aún así, en un esfuerzo por minimizar efectos y digresiones, que plantean una plural y compleja desestructuración del campo artístico, entendemos que podríamos, al menos por un momento, retomar el espacio como uno de los elementos desde el que poder continuar reflexionando. Al que poder asirnos para proponer estrategias comunes, grupales.

Hablar en términos artísticos sobre el espacio supone una tarea bastante ardua. Y no sólo debido a la multiplicidad de acepciones y formas de comprenderlo y usarlo, que a lo largo de nuestra historia occidental ha ido adquiriendo.

En primer lugar, no debemos olvidar que al plantear el espacio como objeto de conocimiento de gran parte de los discursos artísticos de la contemporaneidad, estamos observando un objeto compartido por otros campos supuestamente separados de lo artístico como son la sociología, geografía, etc. Esto es importante, por que aún retomando un sólo elemento como supuesto vertebrador de un discurso, que es suponer demasiado, estamos planteando la necesidad de desarrollos transdisciplinales en el terreno de nuestro conocimiento.

Por otra parte, desde la herencia de la modernidad artística, pensar en el espacio como objeto artístico, supone concebirlo como un elemento neutro, universal, estático, estructurado, centrado y, por encima de todo, homogéneo, en definitiva, medible en términos matemáticos, abarcable y comprensible visual y formalmente. De hecho, podríamos decir que esta representación del espacio a la que aludimos correspondería con el objeto de conocimiento de las artes visuales en la modernidad (reforzada por las primeras vanguardias, por la objetualización de la producción artística y por el desarrollo del discurso museístico que supuso, en el terreno de la creación, un desapego del espacio como conflicto en favor de un espacio receptor aséptico).

Desde el terreno artístico se omite cualquier valoración que se aleje de la formal, para repensarlo como una extensión carente de toda significación. Todo ello, en su mayor parte debido a un desarrollo de la modernidad donde “el arte por el arte[2] se convierte en slogan garante de libertad frente a los sometimientos requeridos por las demandas de todo contexto analizado. Una concepción del espacio que permite y potencia a los trabajadores del arte no atender al contexto en el que se desarrolla y favorece la creación de discursos personales e ensimismados como una postura ante la vida, reflejo de los momentos actuales en los que sobrevivimos. El arte por el arte o, lo que es lo mismo, un desarrollo de discursos personales onanistas superpuestos e impuestos a los espacios compartidos, usados y vividos por otros, por el resto.

Pero a su vez, esta apariencia que se le confiere al espacio en el terreno artístico no difiere mucho cuando hablamos del desarrollo del arte en el terreno de lo público. Lo cierto es que parece que establecer una diferencia entre arte y arte público ha permitido en demasiados momentos poder separar y diferenciar intenciones, responsabilidades y compromisos con respecto al posicionamiento que adoptamos frente al trabajo con el espacio. Todo arte es público por definición aseguraba L. Gerdes.

El espacio no es una realidad natural que nos venga dada desde el origen de los tiempos, sino más bien una realidad histórica construida de manera diferente por determinadas sociedades[3].Y es que el espacio carece de carácter natural, de significado inherente, de categoría de público o privado. No es que no pretendamos atender a las separaciones y escisiones que día tras día se nos impone y sufrimos en nuestras vidas, a los límites y fronteras artificialmente establecidas, hayan sido de uno u otro modo construidas y que configuran el modo en el que vivimos, nos relacionamos y nos pensamos. Lo que si pretendemos es fijar la atención en el hecho de que sea el tipo de nombre otorgado al espacio, sea este privado o público, cuya ubicación se ha ido modificando y reconstruyendo continuamente, está cargado y edificado por una serie de construcciones discursivas e ideológicas, que no sólo lo configuran, destinándolo a diferentes usos y modos de habitarlo, sino que lo hacen legible y lo urbanizan (y estar urbanizado significa estar normalizado).

De hecho, a lo largo de nuestra historia más próxima en occidente, el arte (junto a otros campos) ha evolucionado partiendo de una concepción del espacio que no abarcaba en modo alguno territorios que quedaban relegados al ámbito del anonimato, del silencio.

Un espacio descuartizado y seccionado en público y privado, haciéndonos creer que existen lugares ajenos a las formas de dominación y quedando desterrados de cualquier tipo de interés analítico o reflexivo. Los espacios denominados como privados resultaban expulsados de las investigaciones y de sus objetivos, a pesar de ser atravesados y penetrados por distintas formas discursivas. Sírvanos de ejemplo el destierro que ha sufrido el cuerpo de las investigaciones de la construcción y producción de los espacios, “Un cuerpo, aunque no todos los estudiosos de la geografía lo crean, es un lugar. Se trata de un espacio donde se localiza el individuo, y sus límites resultan más o menos permeables respecto a los restantes cuerpos[4]. “Es más, el cuerpo es precisamente el lugar en el que la construcción cultural tiene lugar, la superficie de inscripción de los discursos de poder[5].

De este modo, la separación practicada deviene de tal forma que por un lado nos encontramos lugares sin posibilidad de ser analizados, creándose así espacios muertos (donde no sólo se siguen desarrollando estrategias de dominación y subordinación, sino que en su anomia se reproducen de maneras mucho más severas y agudas) y, por otro, espacios maquillados por una homogeneidad y neutralidad indiscutible, que hace que cualquier atisbo de análisis se de bajo la hegemonía dictada. La higienización del espacio queda de este modo garantizada.

El espacio se nos muestra y presenta como una superficie transparente, que omite cualquier referencia o relación con discursos que no correspondan a las medidas volumétricas, a su tridimensionalidad, y dando como resultado un efecto de abstracción, una descorporización del mismo y un destierro de toda significación ideológica, carente de contenido social, cultural y esencialmente político[6].

Pero “el espacio no es un objeto científico separado de la ideología o de la política; siempre ha sido político y estratégico. Si el espacio tiene apariencia de neutralidad e indiferencia frente a sus contenidos, y por eso parece ser puramente formal y el epítome de abstracción racional, es precisamente porque ya ha sido ocupado y usado, y ya ha sido el foco de procesos pasados cuyas huellas no son siempre evidentes en el paisaje. El espacio ha sido formado y modelado por elementos históricos y naturales; pero esto ha sido un proceso político. El espacio es político e ideológico. Es un producto literalmente lleno de ideologías[7].

Una simplificación nada inocente la de la abstracción del espacio, pues aún sabiendo, tras varias décadas de reivindicaciones por parte de los discursos feministas, postcoloniales y de otros sectores de la población completamente ausentados en esta representación, que al hablar de éste no sólo hacemos referencia al modo en el que es medible en su especialidad, sino que hemos de tener presente que está encarnado ideológicamente, saturado por una red compleja de poder y de discursos de dominación y resistencia que se entretejen en él, y nos obligan a pasar de su concepción tridimensional a la multidimensional, de su especialidad a su contextualidad[8].

Esta conceptualización del espacio se nos sigue mostrando e, incluso, imponiendo desde los estamentos de poder como un objeto dado y no cuestionable. Y es que la hegemonía espacial significa la naturalización de una dominación material a través de la imposición de ciertas percepciones o representaciones de cómo el espacio debe ser apropiado, usado y vivido.

Una representación que deriva de una lógica muy particular de saberes técnicos y racionales vinculados con las instituciones de poder dominantes y con las representaciones normalizadas generadas por una forma hegemónica tanto de visualización (en las que el arte es uno de ellos), como de su ocupación y uso.

Esta es una concepción de un espacio descontextualizado de los mundos de vida, que en su inmaculada limpieza ideológica niega y homogeniza cualquier tipo de disidencias, oculta sometimientos, vigila la deserción y destierra la corporeidad. Una conceptualización y abstracción del espacio alejadas de cualquier forma de cotidianeidad, que queda silenciado y desinfectado a la espera de un cuerpo malsonante, diferencial. De esta manera, se produce una visión normalizadora que ignora cualquier esbozo de diferencias y otras formas de ver, percibir, imaginar y habitar el mundo[9].

Es por tanto un espacio trampa preparado para localizar, señalar, neutralizar y eliminar la diferencia desde unos parámetros establecidos que procuran la homogeneidad. Torturas cotidianas que producirán la exclusión de grupos de personas y formas de habitar, que comenzarán a experimentar el espacio público moderno sólo como lugares del ejercicio del poder, como territorio de exclusión, disciplinario y controlado[10], lo que llevará tanto a una búsqueda de espacios diferenciales y diferenciados (otros modos de hacer y de pensar) y, como consecuencia, a un control e ilegalización de los mismos, como a comenzar prácticas espaciales de resistencia y camuflaje[11], suscitadas por un intento de ubicación y localización de lo otro y su representación en lo público, frente al desarrollo de políticas espaciales de destierro, aunque estas se den en su vertiente de integración. “La política consiste siempre en domesticar la hostilidad y en tratar de neutralizar el antagonismo potencial que acompaña toda construcción de identidades colectivas. El objetivo de una política democrática no reside en eliminar las pasiones ni en relegarlas a la esfera privada, sino en movilizarlas y ponerlas en escena de acuerdo con los dispositivos agonísticos que favorecen el respeto del pluralismo[12].

El espacio queda definido de esta forma por aquello que la norma que lo define oculta, calla, margina y silencia. Es decir, la neutralidad del espacio queda construida como estrategia de localización de la diferencia.

Sin embargo, bajo esta situación de homogenización, los espacios (y recordemos que todo espacio es público en cuanto que es socialmente construido) quedan asumidos como lugares de construcción de ciudadanía y encuentro social. La acepción del espacio unitario y unificado, racional y racionalista, centrado y universal, sano y saludable, luminoso e iluminado, seguro y controlable, normalizado y normalizador y por supuesto legalizado, es aceptada y apreciada por muchos de manera positiva, ejemplarizante de los logros de una civilización que favorece el diálogo y el encuentro seguro entre iguales. Como vemos, la relación que se establece dependerá de quién sea el usuario del espacio y la forma en que éste se adscriba a los significados y propósitos propuestos por la hegemonía dominante y por la identidad que todo espacio otorga al habitarlo (y no olvidemos que el/la artista es siempre un usuario).

Pero ¿quiénes son estos a los que esta conceptualización del espacio les denomina y considera iguales? ¿Para quiénes y por quiénes es construido el espacio de esta forma marcada por la neutralidad y no de otras, quedando definido como localizador de la diferencia entre los/las que no son iguales? Y por tanto ¿qué tipo de ciudadanía[13] se propicia en detrimento de otras? Dar respuesta a eso me parece demasiado obvio, aún así no me permitiré el silencio como postura, evidentemente responde a una visión heteropatriarcal del mundo y de sus representaciones.

La supuesta neutralidad de esta conceptualización cientifista del espacio, alberga, como decimos, diversas estrategias de subordinación y dominación, y como consecuencia modelos de desigualdad. Un primer esbozo vendría dado por el efecto que ejerce para la localización de la diferencia, pero “el tema clave, no es la cuestión de la diferencia per se, sino que concierne al interrogante de quién define la diferencia y cómo se representa[14], cómo se construye y se articula y en base a qué criterios se establece y se desarrolla. “Hay que aceptar que la diferencia y la semejanza, más o menos recóndita, está en todas partes; pero cuáles de ellas se tienen en cuenta y con qué objetivo es algo que se determina fuera de la investigación empírica[15]. “La ciencia no se limita a investigar sino que ella misma genera la diferencia[16].

Formas de exclusión propuestas desde una conceptualización del espacio muy determinada e intencionada, que aunque rápidamente experimentadas no son fácilmente localizables, ya que éstas no son únicas ni estables y se presentan de forma fragmentada y descentrada, entremezclándose de tal manera que parecen perder la autoría de quien las ejerce. Ya no vemos el poder sino su representación hibridizada en formas muy diversas, siendo experimentado en sus efectos, y desvaneciéndose como causa. Sus extensiones son tan diversas y resbaladizas que, al menos por mi parte, parecen llegar a confundirse con mis propias arterias y capilares. Desde luego la fusión corporal (espacial) y cultural es la última de las trampas en la que me encuentro inmerso.

¿Cómo se articulan éstas para que tu o yo, aquí, entre personas de nuestra misma raza, clase, estatus, género y orientación sexual, podamos sentirnos excluidos/as, arrinconados/as?

No basta con desnaturalizar la concepción espacial hegemónica, no se trata sólo de reconocer estos conceptos como algo intencionadamente construido, pues decir que hay que cuestionar la configuración del espacio es asumir que hay que deconstruir la configuración cultural del mismo.

Si el espacio queda definido por las estrategias que en el se desarrollan, la investigación artística debería proponer estrategias en ese mismo sentido, prácticas de resistencia que no operen construyendo estructuras alternativas de poder o ignorando las reglas dominantes, sino a través de una apropiación crítica y selectiva de prácticas disciplinarias, transformando su sentido original y alterando su carácter represivo. Si el arte es un estado de encuentro y está construido de la misma materia que los intercambios sociales, en palabras de N. Bourriaud[17], no puede por menos que comprometerse en un análisis social, cultural y político del objeto que le es propio, sabiendo que es en él donde encuentra una multiplicidad de formas de construir y reflexionar que le aleja del ensimismamiento formal y visual, mostrando cómo ha sido construido y bajo qué estructuras políticas y relaciones de poder y saber, y qué formas de resistencia y cuestionamiento podemos desarrollar, abordando las prácticas culturales en sus formas opresoras, desvelando las posiciones privilegiadas de los discursos y los procesos de dominación invisibilizados, que nos permita transformar críticamente los usos y significados del espacio propuestos por los productores. En definitiva, ser testigos de los acontecimientos y tomar postura.

Alfonso del Río Almagro



[1]CARRILLO, Jesús, “Especialidad y arte público”, En: AA.VV. Modos de hacer: Arte crítico, esfera pública y acción directa, Ediciones Universidad de Salamanca, p. 140

[2]Clement Greenberg, defensor del “arte por el arte”colaborará con la C.I.A. para potenciar proyectos de abstracción, privilegiando la libertad del genio individual, y para enfrentarse al trabajo de artistas socialistas al servicio del gobierno, que desarrollan la figuración.

[3]SENNETT, Richard, Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, Editorial Alianza Forma, Madrid, 1997, p. 19.

[4]MCDOWELL, Linda, Género, identidad y lugar, Colección Feminismos, Ediciones Cátedra, Universidad de Valencia, Instituto de la Mujer, Madrid, 2000, p. 59.

[5]Ibidem, p.12. Ver al respecto: MCLAREN, Peter, Pedagogía crítica y cultura depredadora. Políticas de oposición en la era postmoderna, Paidós Educador, Barcelona, 1997, p. 89.

[6]Político entendido en las acepciones propuestas por Chantal Mouffe a “lo político” (ligado a la dimensión de antagonismo y de hostilidad que existe en las relaciones humanas, antagonismo que se manifiesta como diversidad de relaciones sociales) y “la política” (que se apunta a establecer un orden, a organizar la coexistencia humana en condiciones que son siempre conflictivas, pues están atravesadas por “lo” político). MOUFFE, Chantal, El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical, Editorial Paidós, Barcelona, 1999, pp.14

[7]LEFEBVRE, Henri, “Reflections on the politics of space” Revista Antipode nº 8, (2), pp. 30,37

[8]Ver AA.VV. Modos de hacer. Arte crítico, esfera pública y acción directa. Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 2001.

[9]Éste correspondería con el Espacio concebido, uno de los aspectos que se interrelacionan en los procesos de producción del espacio, LEFEBVRE, Henri, La production de l'espace, Ed. Anthropos, París, 2000

[10]FOUCAULT, Michel, Vigilar, castigar, Siglo XXI, Madrid, 1986

[11]Un ejemplo de las prácticas de resistencia y camuflaje lo encontramos en AA.VV. Manual de guerrilla de la comunicación, Editorial Virus, Barcelona, 2000.

[12]MOUFFE, Chantal, El retorno de lo político. Op.cit. pp.14

[13]Entendemos que la ciudadanía es consciente de los derechos y obligaciones, de la diversidad y diferencias, de las necesidades, sometimientos y relaciones que mantiene con el poder todo individuo.

[14]Ver BRAH, Avtar, “Diferencia, diversidad, diferenciación”, En: Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras, Traficantes de Sueños, Madrid, 2004, p.120

[15]LAQUEUR, Thomas, La construcción del sexo : cuerpo y género desde los griegos hasta Freíd, Colección Feminismos, Cátedra, Madrid, 1994, p.31

[16]Ibidem, pp. 43,44

[17]BOURRIAUD, Nicolas, Estética relacional, en Modos de hacer, op. cit, pp. 427,445.