El cuerpo deseado.

Alfonso del Río Almagro, El cuerpo deseado: Entre el discurso y la anatomía, REVISTA HUM 736: PAPELES DE CULTURA CONTEMPORÁNEA, Editada por el Grupo de Investigación: Tradición y modernidad en la cultura artística contemporánea, integrado en el Plan Andaluz de Investigación de la Junta de Andalucía, Cód: HUM. 736, Universidad de Granada, Noviembre, 2003, págs. 9-14. ISSN: 1695-8284


EL CUERPO DESEADO: ENTRE EL DISCURSO Y LA ANATOMÍA.


La boca es interesante porque es uno de esos sitios donde

lo seco del exterior se mezcla con el interior resbaladizo

Jenny Holzer

Seguimos viviendo justamente en el borde, sintiéndonos en el abismo que separa lo dicho de lo sentido, aturdidos ante un continuo desplazamiento que nos desliza hacia el interior a través de la secreción, para ser derramados por cualquier orificio hacia el exterior. Nunca un espacio fronterizo fue tantas veces traspasado, intervenido, nombrado, desplazado, ultrajado, reconstruido, garabateado... Un continuo goteo que nos sitúa en tierra de nadie, constantemente a mitad de camino de toda definición, un tejido poroso que rezuma verbo y anhela la carne, y que cuando tiembla encuentra en los márgenes del texto la sospecha de su anatomía, e intuye y descubre en los confines del cuerpo la presencia del discurso. A primera vista no encontramos más separación, porque el lenguaje se corporeiza y la carne se normativiza.

La insistencia sobre el espacio corporal y su identidad advierte de la inexistencia de los límites que en otros momentos sirvieron de sujeción o, cuanto menos, señala el debilitamiento de sus definiciones como consecuencia de un lenguaje desamarrado, que quedará traducido en una agitación hacia dentro y hacia fuera, en la que sólo se sobrevive a través de la movilidad: un persistente transito de la carne y tráfico de identidades y de lugares.

A través del pensamiento francés nos hemos sentido seducidos por nuestro propio cuerpo al comprenderlo como superficie en la que se asientan las costumbres sociales y se inscriben las confecciones discursivas. El cuerpo se presentaba como mapa biográfico, cartografías cerradas en las que nos podíamos adentrar para rescribir nuestros propios relatos a través de la trama deshilada de las costuras, textos corpóreos en los que podemos leer entre líneas y pliegues, más allá incluso de nuestras vísceras, porque antes incluso de que fuese moldeado y definido discursivamente, nos aseguraron que era un artificio cultural. La carne y el lenguaje se conjugaban de tal forma que compartían una misma genealogía. De este modo, el lenguaje no sólo nos delataba, sino que nos definía. Era él quien termina por constituirnos, tanto que aquello que llamamos identidad no era algo que nos viniera dado de antemano, sino que la construimos continuamente a través de determinadas prácticas discursivas. Ya Lacan[1] nos avisaba de que el lenguaje no era inmaterial, que era un cuerpo sutil, pero que era un cuerpo. Somos seres conscientemente legibles, cuerpos hablados y asediados por la palabra[2].

Son las estrategias de poder (siguiendo a M. Foucault) las que se encargan de falsificar el verdadero carácter cultural y construido de la identidad, hegemonizando unas sobre otras y convirtiéndolas en naturales. Cualquier origen es una falacia, nos aseguraba J. Derrida, pues las oposiciones binarias se pueden trascender al quedar clara su naturaleza cultural. Por ello, “los cuerpos, no pueden entenderse como objetos naturales o preculturales, porque [..] son en sí mismos el producto y el efecto directo de la propia constitución social[3]

El cuerpo no nace, el cuerpo se hace a través de la práctica discursiva, por lo que su construcción será entendida al mismo tiempo como proceso y producto de la propia y compleja representación fabricada por las tecnologías políticas. A sabiendas de que sus variables fluyen, cambian y se desplazan en diferentes contextos y ocasiones, será elaborada bajo significantes estables y estereotipados que aseguren la supervivencia de la propia tecnología. Los cuerpos, definidos discursivamente[4], no sólo se desarrollan a través de los cuerpos “reales y anatómicos” sino que terminan por reedificarlos a través de formas múltiples, tanto que aún intentando separar ese manto discursivo de la carne, bajo él no hallaríamos nada fuera del texto impreso de la cultura. La única certeza, mínima en ocasiones, sólo es posible encontrarla en la propia cultura, aunque bien pudiera ser que, en consecuencia, la posibilidad de contraatacarla fuera a través de la manipulación anatómica[5].

El cuerpo social terminará por tragarse al cuerpo natural, sin dejar ningún vestigio de su existencia, ninguna huella que nos permita suponerlo. La única naturaleza de lo humano será la cultura, “es más, el cuerpo es precisamente el lugar en el que la construcción cultural tiene lugar, la superficie de inscripción de los discursos del poder. Por ello resulta imposible acceder a lo que sería puramente cuerpo antes de que éste fuera traspasado por las prácticas discursivas que entretejen la cultura, aunque se admita que siempre hay en él un excedente que no se deja capturar por el discurso.[6]

Y es que el cuerpo, espacio y escenario de desafíos educacionales y de conflictos entre tensiones varias, objeto y resistencia de poder, “aunque no todos los estudiosos de la geografía lo crean, es un lugar” [7], pero, sobre todo, un lugar en el que se localiza un enfrentamiento diario entre lo interno y lo externo, la locura y la cordura, la salud y la enfermedad, lo natural y lo cultural, entre los saberes y poderes múltiples, un territorio en el que continuamente se desarrolla “una batalla en la que demasiado a menudo jugamos en contra, dando por buenas, obvias y naturales o razonables exigencias que nos encadenan al entramado de complicidades de un orden social sin otra legitimación que no sea la violencia”[8] pues toda batalla es traducida a un intento de normalización del que cada vez resulta más y más difícil escapar, pues sus dispositivos fluyen de la vigilancia pública al control doméstico legitimandose irracionalmente[9].

Si el espacio carece de carácter natural, de significado inherente, y es su uso el que acaba por determinarlo, nuestro cuerpo es definido como espacio de producción, confrontación y resistencia discursiva, en el que se refleja la sedimentación ideológica de la estructura social inscrita. Un ámbito de contrariedad y oposición a la prevaleciente hegemonía cultural y moral, pues la conciencia de cualquier individuo está mediatizada y conformada por el discurso social. Pero existe, además, otras formas de penetración “esencialmente no discursiva de la carne mediante el posicionamiento físico, las posturas reforzadas y el tatuaje cultural del cuerpo, el espacio de la escuela y sus códigos de vestimenta. En este sentido la cultura se inscribe tanto en el cuerpo como sobre él, mediante la extensión de la vestimenta del cuerpo en función de la lógica mercantil de la industria de la moda [...] y por la inscripción en los sistemas muscular y óseo de determinadas posturas, modos de andar o “estilos de la carne”. Éste es nuestro conocimiento corporal, la memoria que nuestro cuerpo tiene sobre cómo se deben mover nuestros músculos, cómo se deben balancear nuestros brazos y sobre cómo deben andar nuestras piernas. Es la forma de ser en nuestros cuerpos. [10]

Lo cierto es que no sólo se trata de comprender la discursividad del cuerpo. La incógnita que parecía haberse desvelado al desenmascararlo como el lugar del asentamiento silencioso de las normas no dichas y que fue exhibiéndose acompañado por un ligero aire jovial, que nos hablaba de una pequeña querella ganada al poder, convirtiendo el cuerpo en parque temático, no podía responder a la terrible angustia que se desprendía de un espacio de imprecisión. El cuerpo es un designio en el límite de la indeterminación pura, que cada época ha determinado conceptualmente de un modo u otro, como nos sugiere M. Foucault. El espacio resultante de desplazamientos constantes del significante, desde zonas conocidas a territorios de indeterminación semántica, socavando dichas concepciones y haciéndolas estallar desde sus fundamentos: el cuerpo sobrevive desplazado en los limites de su definición, y ha dejado de ser espacio homogéneo depositario de precisiones para convertirse en lugar de discursión y redefinición, de identidades desplazadas y atravesadas por voces y textos múltiples[11], intervenidas por una multiculturalidad de procesos, que lo instalan en y alrededor de un sistema social, y en el que cada vez nos resulta más difícil acceder, pues mientras tanto, estas mismas estrategias nos apartan de la carne y el lenguaje sobre ella derramado nos seduce.

Nos adentramos a través de su representación, a través de sus defecaciones, sus definiciones y de sus espejismos. Aturdidos por lo que sobre él se dice, no llegamos ni tan siquiera a oírlo, mientras suponemos que la escapatoria estaría no tanto en quedar atrapados en lo dicho como en no olvidar lo sentido. Parecemos ignorar que nosotros mismo somos cuerpo, que éste no es un objeto descontextualizado para analizar y racionalizar, sino el lugar en el que, para el que y, lo que es más importante, a pesar de cual vivimos.

Erotizados por los discursos publicitarios, médicos, jurídicos o pornográficos, el cuerpo se convierte a la vez en nuestra propia trampa, conquistados por la simulación y cautivados por la dialéctica de la piel, no logramos entender cómo la discursividad llega a cincelar nuestros huesos. Y es que “los discursos ni se asientan en la superficie de la carne ni flotan en el éter amorfo de la mente, sino que están envueltos en las verdaderas estructuras de nuestro deseo, puesto que el propio deseo se forma por las reglas históricas anónimas del discurso.”[12]

La verdadera y perversa transgresión viene dada por una economía libidinal que intenta y logra acceder y modelar nuestro propio deseo, ya que éste es construido socialmente, mientras que el cuerpo y la letra impresa y desplegada sobre él se nos ofrece como falso objeto deseable y conquistable.

No somos sólo lenguaje, el cuerpo es el lugar de producción y el producto de un deseo que nos constituye desde dentro y que, por si fuera poco, es capaz de deslizarse a través de los desafíos de la escritura, por muy cicatrizada que esté. Aunque el camino parezca ahora resbalarse hacia el deseo, en un intento por desentrañar las formas sociales de transformación, éste implica grandes riesgos, pues su naturaleza (aún por determinar) cambia mucho antes de que nuestra identidad social evolucione. Mientras, sólo queda decir, en palabras nuevamente de J. Holzer: “Protégeme de lo que quiero”.


[1]Ver J. Lacan, Escritos I, Ediciones Siglo XXI, Madrid, 1971.

[2]Como nos muestra Carolee Schneemann en “Exploración Interior” (1975), leyendo un texto-diálogo que sacaba del interior de su vagina.

[3]Linda McDOWELL, Género, identidad y lugar, Feminismos, Ediciones Cátedra, Universidad de Valencia, Instituto de la Mujer, Madrid, 2000, pág. 84

[4]Respecto a la relación que se establece entre el acto discursivo con el cuerpo y la posibilidad de transgredirlo, ver J. BUTLER, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Paidós, Género y Sociedad, Barcelona, 2001.

[5]Este sería el caso de las propuestas de Orlan, Sterlac o Del LaGrace Volcano, entre otros. En ellas se nos plantea la subversión de la carne como única posibilidad de deconstruir la discursividad impresa en el cuerpo: operaciones de cirugía estética en el caso de Orlan, cuerpos atravesados y oradados, conectados electrónicamente en los que los internautas pueden acceder al cuerpo a través de pantallas táctiles para producir en él movimientos coreográficos, y micromáquinas insertadas en el estómago, las cuales respondían con estímulos luminosos, sonídos, etc. a las manipulaciones remotas de quienes interactuaban con el cuerpo de Sterlac, o las presencias transgenéricas de Del LaGrace Volcano.

[6]AA.VV. Piel que habla. Viaje a través de los cuerpos femeninos, Icaria Editorial, Col. Mujeres y culturas, Barcelona, 2001, pág. 12

[7]“Un cuerpo [...] se trata de un espacio en el que se localiza el individuo, y sus límites resultan más o menos impermeables respecto a los restantes cuerpos”, Linda McDOWELL, Linda, Género, identidad y lugar, Feminismos, Ediciones Cátedra, Universidad de Valencia, Instituto de la Mujer, Madrid, 2000, pág. 59.

[8]Ver Miguel MOREY en “Michel Foucault: el cuerpo como campo de batalla”, Revista Tres al cuarto, Actualidad, Psicoanálisis y Cultura, nº4, Mayo, 1998, págs. 14-15.

[9]Muestra de ello sería la obra “Backstage”de Julia Scher, grabaciones de servicios de caballeros que son mostradas en el suelo del piso superior del Hamburg Kunstverein.¿Quién y cómo se nos controla?

[10]Peter MCLAREN, Pedagogía crítica y cultura depredadora. Políticas de oposición en la era postmoderna, Paidós Educador, Barcelona, 1997, pág. 89.

[11]Este es el caso de los proyectos de la artista coreana Nikki S. Lee, en los que se introduce en comunidades que no son “aparentemente” la suya para no sólo imitar su apariencia y el comportamiento de otros grupos culturales, sino para terminar por no poder reconocerse.

[12]Peter MCLAREN, op. cit. pág. 90.