De la diversidad como riqueza a la interculturalidad como desorden.

Alfonso del Río Almagro, De la diversidad como riqueza a la interculturalidad como desorden.en IMÁGENES MULTIMEDIA DE UN MUNDO COMPLEJO. VISIONES DESDE AMBOS LADOS DEL ATLÁNTICO. (JESÚS RUBIO LAPAZ (COORD.) Catálogo de la exposición internacional celebrada en Sevilla mayo-junio 2008, Buenos Aires mayo-junio y agosto-septiembre 2008, México DF. Mayo-junio 2008, La Habana mayo-junio 2008 y Granada octubre-noviembre 2008. Junta de Andalucía- Universidad de Granada, pp.24-33.


El arte es un estado de encuentro”. N. BOURRIAUD[1]

Intentar plantear los problemas sociales que existen en nuestro estado (cada vez más integrado con el modo de vida del resto de países que forman eso que llamamos el primer mundo o países desarrollados) y de cómo éstos son abordados y cuestionados desde el discurso artístico, resulta cuanto menos complejo, sino inabarcable. Situar la multiplicidad de reacciones que desde el mundo del arte se están dando a la problemática sociocultural de este principio de milenio y reflexionar sobre todos y cada uno de los aspectos que genera una realidad confusa y la postura adoptada por parte de la ciudadanía, requiere de un análisis en profundidad y un trabajo mucho más extenso que este texto.

Desde luego, son muchos los puntos de vista que se aportan en los trabajos que aquí se presentan, todos ellos, diversos y distintos entre si como no podía ser de otro modo. Una diversidad que reclamamos como necesaria y precisa, en un momento en el que, en palabras de Nestor García Canclini: “hemos pasado de la diversidad como riqueza a la interculturalidad como desorden[2].

No hemos pretendido una homogeneidad en las propuestas, pues hacerlo seria contradecirnos a nosotros/as mismos. Todos ellas, a través de métodos y procesos distanciados, se han desarrollado bajo una postura crítica ante determinadas situaciones que nuestra sociedad actual presenta, aunque evidentemente relacionadas por la utilización política de la imagen multimedia como instrumento generativo y de cuestionamiento. Como otras tantas veces ha sucedido, el desarrollo de los lenguajes genera nuevas prácticas y objetos, al mismo tiempo que produce nuevas formas y relaciones de poder que hemos de subvertir, pues no debemos olvidar que todas las formaciones discursivas son un lugar de poder[3].

Basta con mostrar esta serie de trabajos a modo de encuentro para poder reflexionar conjuntamente sobre las condiciones y causas que los generan y que, a su vez, nos definen culturalmente, y establecer así los paralelismos, discrepancias y confluencias con las posturas adoptadas en las creaciones de los otros países. Muchos de los conflictos con los que convivimos son muy similares a los de otros estados cercanos geográfica y culturalmente. La homogeneización del planeta conlleva una uniformidad de los discursos, una globalización de los conflictos, aunque no siempre una misma respuesta por parte del poder ante las demandas de la sociedad, y ante las que el discurso artístico asume su labor como herramienta de cuestionamiento crítico. Pues, como afirma S. Lacy, “el artista […] no es un creador de sociedad[…], ni un mero espejo pasivo de la misma, sino un miembro de la comunidad que no puede aislarse de las condiciones del espacio que habita, ni debe eludir las responsabilidades éticas y políticas que implica su posición en dicho espacio[4].

Pero mientras tanto las vidas continúan, y para muchos/as, (los llamados con suerte), ajenos/as a los efectos perversos de las políticas económicas neoliberales, los despertadores les zarandean en sus viviendas hipotecadas, las jornadas laborales les absorben a la espera de que el sueño del éxito y la fama los alcance.

Cada día nos levantamos y recorremos las calles, cruzamos los barrios y las ciudades en una continua búsqueda. Con suerte, nuestro objetivo será ir al encuentro con el otro, que se convierte en uno de los motivos principales y vitales para escudriñar y habitar las ciudades. Pero nuestras obsesiones y deseos se han convertido en el eje fundamental de nuestra sociedad, encargada de saciar nuestras más íntimas y publicitadas necesidades a través de movimientos programados y ordenados a lo largo de nuestras vidas.

A cada paso son tantas las barreras que encontramos que bien podríamos decir que nos hayamos en una verdadera carrera de obstáculos o de fondo. Pero nada importa. Saciar el apetito es lo primero, lo único, lo obligado. Por más inconvenientes e impedimentos que encontremos, nada parece hacernos olvidar nuestra continua sed. Nos encontramos en la sociedad del bienestar, en un microcosmos en el que nuestra única tarea es seguir necesitando aquello que el sistema nos proporciona y nos incita. ¡Bienvenidos/as al nuevo mundo del consumo democrático¡

Atrás ha quedado nuestra historia más reciente, aquella que situaba al estado español más allá de las puertas de primer mundo, y de la que rara vez nos ocupamos de revisar o recordar, seducidos/as por una carrera hacia una europeización que nos convierta en los/as verdaderos/as ciudadanos/as de primera fila que soñamos.

Atormentados/as por discursos sobre los conflictos, el terrorismo, la violencia de género expresada en todas y cada una de sus formas, y sobre la que reflexiona Merçe Galán en el proyecto “Equilibrios Inestables”, cansados/as de debates sobre la especulación, los avatares de la inmigración, las consecuencias de los nacionalismos, el acceso a la vivienda, la inseguridad ciudadana, etc. no hay nada como tener tiempo libre para introducirse en maravilloso mundo de los centros comerciales, olvidarse de todo, e incluso quedarse en ellos a vivir, cuanto menos mentalmente. Éstos, estratégicamente planificados y climatizados, se han convertido en el centro de la vida social, a pesar de tratarse de un espacio extirpado de la esfera pública, vigilado y controlado y sin las ventajas de (entre otras muchas) el derecho a la libertad de expresión o de reunión[5].

Nuestra propia historia y realidad, salpicada continuamente por una multiplicidad de contradicciones y conflictos socio-políticos, ha quedado relegada y apartada a un fuera de campo a favor de los primeros planos de una teleserie en directo televisada. Una ficción en la que nuestra intimidad[6] se ha convertido en el protagonista principal, hasta el punto de convertirse en ingrediente básico de las parrillas de toda clase de medios audiovisuales. Tanto que, actualmente, el elemento diferenciador entre ellos se circunscribe exclusivamente a la diferentes peculiaridades formales del logotipo de cada programa. Un espectáculo escandaloso y de audiencias masivas, instigado por programadores sin escrúpulos que nutren esos espacios y nuestras mentes, como si de un virus mediático se tratara, y que convierte el dolor en un consumible, irreal y esperpéntico espectáculo televisivo que Félix Fernández recoge en “Prime Time”.

¿A quién le importa la prostitución en N-340, las secuelas de una enfermedad, la naturalización de los géneros y la imposición violenta de uno sobre otros o las penurias de los inmigrantes cruzando el estrecho?

Nuestras vidas siempre espléndidas, adornadas por perfectas familias en viviendas adosadas, irónicamente representadas en la propuesta del “Emancipator” del colectivo Bubble Business, aspirantes a subir en la clase social, no dejan espacio a esa otra realidad que nunca parece ser la nuestra, que nunca nos pertenece. La pobreza, el hambre, la guerra, la violencia o su feminización, siempre son de fuera, como si por arte de magia hubiéramos podido olvidar nuestra propia memoria y apartar de nuestras miradas aquellas otras realidades que se dan en nuestros entornos más inmediatos, cuando no en nuestros propios hogares, como podemos escuchar en los testimonios que nos presenta Guzmán de Yarza de los vecinos del barrio del Gancho de Zaragoza.

Para ello elevamos nuestras fronteras geográficas y mentales que, cada vez más, se alzan y cierran a todo aquello que nos amenaza. Cientos de vidas, algunos de cuyos nombres son recuperados por Olivia Prieto en su “Cuaderno de Bitácoras”, atraídas por la posibilidad de una mínima esperanza de vida, chocan diariamente con las alambradas y un sistema fronterizo que afianza una escisión entre unas zonas y otras, a pesar de que una vez dentro se convierten en una mercancía que produce altos beneficios, jugando un papel importante en la producción y reproducción del capitalismo globalizado, como confirma el trabajo “N-340” de Ana Navarrete y Verónica Perales. Las fronteras son construcciones artificiales, pero “ésta no es tanto una línea geográfica imaginaria que separa los países, como una herida en los cuerpos y la psique de los individuos, especialmente de aquellos cuyas condiciones de vida les impulsan a atravesarlas clandestinamente[7].

La sociedad del consumo nos ha convertido en sonrientes consumidores/as consumados/as, pero también confundidos/as, predecibles y agotados/as. La inmensa y aún creciente oferta de productos y estilos de vida, la creación de necesidades ficticias por parte de los/as estrategas de marketing y las requeridas exigencias del estatus social forman parte de un sistema que ejerce un control psicológico sobre el cidadano/a-consumidor/a y en el que el motor principal del consumo desenfrenado ya no es necesariamente la avaricia[8]. Triunfar, poseer, comprar y aparentar (y expulsar de nuestro alrededor cualquier conflicto que lo impida) son variables que rigen las maravillosas vidas de millones de personas en nuestro estado, recibiendo gustosamente miles de mensajes que nos inciten a comprar y a gastar. La acción de producir y consumir que mueve el mundo no puede parar, pues de ella dependen nuestros sueños y las economías mundiales, familiares, millones de puestos de trabajo y un estilo de vida que ha convertido al consumo en el eje principal para satisfacer las necesidades y crear otras en función de la demanda.

Y si los salarios no dan de sí lo suficiente, no hay problema, la solución:"Living Innovation" del grupo Ensacorroto. Entidades de todo tipo estarán dispuestas a prestar el dinero necesario para hacer realidad grandes o pequeños sueños, a un interés variable dependiendo del caso. La máquina debe funcionar a pleno rendimiento, en todas y cada una de las industrias: farmacéutica, alimenticia, textil….cultural y artística. Pues no olvidemos que nos encontramos perfectamente inmersos y acoplados en la maquinaria consumista, y como decía Philippe de Montebello, director del Metropolitan Museum of Art de New Cork “Nuestros motivos no son inocentes[9]. También en nuestro ámbito producimos y consumimos del mismo modo que cualquier otra esfera comercial. Aunque, en palabras de Dennis Oppenheim “parece que una de las funciones principales del compromiso artístico es empujar los límites de lo que puede hacerse y mostrar a los demás que el arte no consiste solamente en la fabricación de objetos para colocar en las galerías; que puede existir con lo que está situado fuera de la galería una relación artística que es importantísimo explorar[10].

Hipotecas, préstamos al consumo, compras a plazos, tarjetas de crédito, etc. Se trata de pertenecer al club de los/as que pueden comprar, viajar, sonreír y triunfar, convirtiéndose esta obsesión por tener y por el status en una epidemia de todo tipo de enfermedades sociales, desde el desinterés, la frustración, la vulnerabilidad....“El sentimiento de vulnerabilidad es, precisamente, lo que hace que los protagonistas de la vida pública pasen gran parte de su tiempo –y en la medida en que les resulta posible- escamoteando y ofreciendo señales parciales o falsas acerca de su identidad, manteniendo las distancias, poniendo a salvo sus sentimientos y lo que toman por su verdad[11].

Es cuestión de tener éxito, o al menos aparentarlo. Una forma de vida llena de miles de productos con todo tipo de ventajas, colores y brillos, de posibilidades al alcance de casi todos los bolsillos, que nos prometen ser únicos/as, distintos/as… en definitiva demasiado parecidos/as. Un mundo cada vez más homogéneo.

A imagen y semejanza del más puro espectáculo hollywoodiense, nos hemos convertido en verdaderos/as héroes y heroínas del consumo anónimo, en clones de imágenes artificiales, persiguiendo una falsa identidad que no se inmute, en una cultura que favorece y alienta la ocupación de lo público exclusivamente para el consumo. Evidenciamos continuamente los vacíos del sistema pero a su vez no hacemos sino hegemonizar las mismas estructuras jerárquicas. Nuestras formas de vida sólo encuentran salida en la dispersión, el camuflaje o el silencio (muchas veces como postura, ni siquiera como imposición). Hemos entendido que hay muchas formas de ser y estar, y el silencio también es una de ellas. Comprar y callar.

Todo cuanto nos rodea se convierte en un escenario premeditado e intencionado que permite y garantiza la ocultación de todo cuanto nos aleje de ese sueño, al más puro estilo del centro comercial. El fracaso, la miseria, la violencia, la vejez o la enfermedad son encubiertos y borrados de cualquier presencia en lo público. Sin embargo, Violeta Iriberri se afana en mostrarnos esas otras realidades corporales, siguiendo los pasos de danza, en su “Pass de Bourée”. Lo real se convierte en una presencia difusa, desdibujada. La sensación de extrañeza en un mundo que no sólo cambia, sino que se lo hace de forma paradójica y perversa para quienes no terminan acomodados/as (excluidos/as, enfermos/as y monstruos/as[12]) en estancos preestablecidos, que en absoluto tienen en cuentan las más básicas necesidades de la población, se va convirtiendo poco a poco en la piel que acoge y envuelve todo cuanto nos rodea.

Estas categorías configuran a su vez nuestro modo de pensar, crear y habitar los espacios, los barios, las calles, etc. Poco a poco las ciudades enteras son reconstruidas y reinventadas como industrias turísticas. Asistimos a la remodelación de la ciudad en zona de ocio, que atraiga y garantice visitantes, a costa de una privatización de los espacios que terminan amurallados y cerrados, comercializándose y restringiéndose su uso. Presenciamos la reconversión de la ciudad en grandes parques temáticos, juegos de cultura convertida en espectáculo. Políticas culturales a gran escala y destinadas básicamente a la exaltación de de unos valores que deterioran y resquebrajan el concepto de lo público, a la vez que perpetúan los códigos que hegemonizan y afianzan el uso privatizado del mismo. Pues “la ciudad no es sino la imagen de la realidad económica que la ha producido[13].

El concepto de ciudad ha entrado en crisis[14]. Asistimos a una transformación de ésta y de las relaciones que en ella se propician y generan por parte de los agentes que las ocupan, marcadas por un ritmo económico frenético, que nos lleva a una descentralización (barrios periféricos, zonas residenciales, campus universitarios en el extrarradio, unión con los pueblos circundantes, etc.) y gentrificación. Somos desplazados/as de los centros urbanos, en los que las viviendas deshabitadas son ocupadas por oficinas y sucursales. La ciudad no es un lugar generoso abierto y dispuesto a los distintos grupos que la habitan, sino que cada vez más es definida por fortalezas y murallas que nos separan, aíslan y ocultan. A estas alturas es una turística imagen que se contempla desde el coche. “La ciudad, cualquier ciudad, no es sólo un montón de estructuras construidas sino también un conjunto de relaciones, es un escenario geopolítico. Más que una simple intersección de representaciones en conflicto, la ciudad está compuesta de múltiples realidades que raramente se cruzan y que cuentan desigualmente en los modos en que la sociedad se representa a sí misma[15].

Estar urbanizado es estar normalizado, estar vigilado. En las urbes contemporáneas, los aparatos de control de los estados, buscando protegernos de la inseguridad, el terrorismo y las catástrofes, han normativizado nuestra vida en plazas, parques, aeropuertos, transportes y edificios, que se llenan de barreras, controles, prohibiciones e imposiciones, que deterioran las libertades básicas del individuo. Los instrumentos de control y vigilancia empiezan a estar tan integrados en nuestro entorno que ya no nos damos ni cuenta de su constante intrusión en nuestras vidas[16]. Bajo el lema de “por nuestra seguridad”, estamos siendo vigilados/as continuamente en todo lugar e incluso en nuestros propios hogares. Instrumentos de vigilancia que localizan a cualquier individuo en cualquier lugar del mundo. Las nuevas y sofisticadas tecnologías tienen la capacidad de localizar a cualquier persona. Los sistemas son variados, desde cámaras de televisión por circuito cerrado, grabadores electrónicos, reconocimiento del iris de ojo o mecanismos de localización implantados en el cuerpo. La utilización de esta avanzada tecnología estaba dirigida a la búsqueda y localización de criminales y terroristas, sin embargo, en nombre de la seguridad se está invadiendo continuamente nuestra intimidad y nuestra capacidad de acción, decisión y movimiento en lo público, circunstancia que debería incrementar la alarma y la preocupación de la sociedad. Técnicamente, no hay límite a la información que puede almacenar de nosotros cualquier sistema avanzado de vigilancia y tiene el poder de revelar no sólo quiénes somos, sino también todo lo que hacemos.

Una de las mayores paradojas de la sociedad en que vivimos, es que a mayor libertad de información y mayor capacidad de comunicación, gracias a las nuevas tecnologías, los/as ciudadanos/as somos más vulnerables frente a nuestro derecho a la intimidad y más desprovistos/as de recursos para controlar los datos más personales, ya sean fiscales, genéticos o de la propia imagen y voz. Y aun así, seguimos concibiendo el espacio público democrático como espacio de libertad, un espacio libre de conflictos. “La eterna vigilancia es el precio de la libertad” aparece escrito en la fachada del edificio de los Archivos Nacionales de Washinton.

Nos hayamos inmersos/as en una imposición cultural homogénea, neutra, sin grietas, llena de tópicos, estática y carente de contenido sociopolítico, aunque saturada por una red compleja de poder y discursos de dominación. Desde los medios de comunicación (y las mismas formas de comunicación son practicas de dominación) se promueve, instiga y difunde un sistema de pensamiento tan hermético y rígido que podríamos trazar líneas definiendo sus formas, principios y métodos y de ellas nos saldrían muchas de las estructuras y de las plantas de edificios como las iglesias, las cárceles, etc.

De esta manera, se produce una visión normalizadora de nuestro espacio social y cultural que ignora cualquier diferencia y otras formas de ver, percibir e imaginar el mundo, nuestras vidas y nuestras relaciones, de la que da muestra el contenido del que parte la obra “Las personas normales” de Noelia Murriana. Su efecto es por tanto de descorporización del espacio. En él todo queda silenciado e inmaculado a la espera de un cuerpo malsonante (diferencial). El espacio queda preparado para localizar la diferencia desde unos parámetros establecidos que procuran la neutralidad y homogeneidad.

Y esto lleva a pensar el entorno social y las normativas que lo regulan como algo dado y no cuestionable. Un espacio impositivo que niega discrepancias, oculta sometimientos y vigila la deserción. Pero no se trata sólo de reconocer estos conceptos como algo construido, sino mostrar cómo han sido edificados y bajo qué estructuras políticas y relaciones de poder y saber.

Desde el terreno artístico, algunas propuestas intervencionistas intentan interactuar con los procesos sociales y políticos y se dirigen a los/as protagonistas de los mismos, es decir, a todas las personas que de formas diversas conviven en un espacio físico concreto. Pero para impulsar la inmersión en el lugar e interactuar en una parcela del espacio público, asumen y son conscientes de que es un escenario de múltiples relaciones, en el que entran en juego las estructuras económicas, políticas, sociales, religiosas de la sociedad, así como las prácticas que día a día tienen los/as habitantes en cuanto que usuarios/as y productores del mismo.

Nuestras ciudades, y en consecuencia nuestras vidas, son por tanto espacios trampa preparados para localizar, señalar, neutralizar y eliminar toda diferencia desde unos parámetros establecidos que procuran la homogeneidad. La neutralidad del espacio queda construida como estrategia de localización de la diferencia, de lo extraño, de lo otro, de lo que no se adecua a unas determinadas normas civilizadoras, quedando definidas por aquello que dicha norma oculta, calla, margina y silencia. Torturas cotidianas que producirán la exclusión y negación de grupos de personas y formas de habitar, que comenzarán a experimentar el espacio público moderno sólo como lugares del ejercicio del poder, tal y como nos presenta en sus trabajos Valeriano López. Territorios de exclusión, disciplinarios y controlados[17] que llevará tanto a una búsqueda de espacios diferenciales y diferenciados (otros modos de hacer y de pensar) y, como consecuencia, a un control e ilegalización de los mismos, así como a emprender prácticas de resistencia y camuflaje[18] suscitadas por un intento de ubicación y localización de lo otro y su representación en lo público, frente al desarrollo de políticas espaciales de destierro, aunque estas se den en su vertiente de integración. Sirva de ejemplo la presencia u ocultación de vagabundos/as y mendigos/as en nuestros entornos, o las prácticas diarias que nos presenta el equipo de trabajo “Democracia”, de los/as ciudadanos/as que recogen los alimentos caducados del día anterior a las puertas de los establecimientos, subrayando su condición de consumidores/as fracasados/as. Son los llamados cuartos mundos: aquellas situaciones de extrema marginalidad social que se dan en una gran ciudad de un país desarrollado, y que se hacen visibles a la ciudadanía en su espacio público[19]. Y como consecuencia, esta localización de la diferencia producirá más inseguridad en la ciudadanía. Pero “el espacio público no provoca ni genera los peligros, sino que es el lugar donde se evidencian los problemas de injusticia social, económica y política. Y su debilidad aumenta el miedo de unos y la marginación de los otros y la violencia urbana sufrida por todos. [...] La agorafobia, sin embargo, es una enfermedad de clase de la que aparecen exentos los que viven en la ciudad como una oportunidad de supervivencia[20].

Lo otro, lo extraño, lo diferente, lo ambiguo, intenta ser excluido de la representación pública, quedando relegado a las zonas en penumbra a las que nos invita a entrar visualmente Carlos Aires, convirtiéndose en una mercancía exótica alejada y apartada. Y es que lo extraño y cercano directamente nos causa pavor.

Sin embargo, bajo esta situación de homogenización, los espacios (y recordemos que todo espacio es público en cuanto que es socialmente construido) quedan asumidos como lugares de construcción de ciudadanía y encuentro social: el sueño europeo. La acepción del espacio unitario y unificado, racional y racionalista, centrado y universal, sano y saludable, luminoso e iluminado, seguro y controlable, normalizado y normalizador y por supuesto legalizado, es aceptada y apreciada por muchos de manera positiva, ejemplarizante de los logros de una civilización que supuestamente favorece el diálogo democrático y el encuentro seguro entre iguales. Como vemos, la relación que se establece dependerá de quién sea el usuario/a del espacio (y no olvidemos que el/la artista es siempre un usuario) y la forma en que éste/a se adscriba a los significados y propósitos propuestos por la hegemonía dominante.

Pero ¿quiénes son estos a los que esta conceptualización del espacio les denomina y considera iguales? ¿Para quiénes y por quiénes es construido de esta forma marcada por la neutralidad y no de otras, quedando definido como localizador de la diferencia entre los/las que no son iguales? Y por tanto ¿qué tipo de ciudadanía se propicia en detrimento de otras? Quizás el trabajo P.N.B. (Producto Nacional Bruto), del colectivo O.R.G.I.A. (Organización Reversible de Géneros Intermedios), nos sitúe en la pista de la respuesta.

La supuesta neutralidad del espacio, alberga, como decimos, diversas estrategias de subordinación y dominación, y como consecuencia modelos de desigualdad y ejercicios de violencia. Un primer esbozo vendría dado por el efecto que ejerce para la localización de la diferencia, pero “el tema clave, no es la cuestión de la diferencia per se, sino que concierne al interrogante de quién define la diferencia y cómo se representa[21], cómo se construye y se articula y en base a qué criterios se establece y se desarrolla.“Hay que aceptar que la diferencia y la semejanza, más o menos recóndita, está en todas partes; pero cuáles de ellas se tienen en cuenta y con qué objetivo es algo que se determina fuera de la investigación empírica[22].

Formas de exclusión propuestas desde una conceptualización del espacio y de nuestras vivencias muy determinada e intencionada, que aunque rápidamente experimentadas no son fácilmente localizables, ya que éstas no son únicas ni estables y se presentan de forma fragmentada y descentrada, entremezclándose de tal manera que parecen perder la autoría de quien las ejerce, del mismo modo que consideramos anónimos los discursos que nos construyen. No vemos el poder[23] sino su representación hibridizada, en nuestras ciudades y en nuestras vidas, siendo experimentado en sus efectos y miserias, como recoge Concha Jerez y José Iges en “Net Op€ra”, y desvaneciéndose como causa, quedando arraigada en el conjunto de la red social. Es una escritura no escrita, que modela nuestros cuerpos[24], con extensiones tan diversas y resbaladizas que parecen llegar a confundirse con nuestras propias arterias y capilares, pues es el espacio del cuerpo, en definitiva, el lugar en el que se inscribe y ejerce.

El espacio público es un espejo que desdibuja y neutraliza aquello que no corresponde a sus intereses, proponiendo sistemas de integración, estrategias de sometimiento y de neutralización (y no olvidemos que la estetización también es una forma de neutralización, en cuanto que esconde o subordina las estrategias de poder). Todo un sistema preparado para la adaptación, en el que nada queda de la posibilidad de elección. Poco a poco la hegemonía espacial significa la naturalización de una dominación material a través de la imposición de ciertas percepciones o representaciones de cómo el espacio debe ser apropiado, usado y vivido. Decir que hay que cuestionar la configuración del espacio es decir que hay que cuestionar la configuración cultural del mismo, el sistema de reglas que establecen las relaciones e interrelaciones sociales, la división de los espacios y las formas de organización, estructuración y uso, pues éstos determinan las posibilidades de vida, someten las relaciones y produce identificación: identidad. “El territorio de cada uno empieza y acaba en su propia casa […] Se trata, mediante la militarización de la organización espacial, de construir un mundo perfecto en el que no haya lugar para la fealdad ni el desorden. Urbanizaciones donde, incluso, la presencia física de otros seres humanos llega a ser sentida como algo amenazante[25].

Y mientras, nuestra capacidad de acción en el espacio público, e incluso en nuestra privacidad, es cada vez más controlada por reglas y prohibiciones, como podemos comprobar en la propuesta “Propaganda: Accion02” de Sergio Ojeda. Pensarnos y situarnos como sujetos políticos capaces de decisión y acción, tanto en nuestro entorno como en nuestras propias vidas, es una tarea cada vez más compleja y perseguida. Y situarnos significa desentrañar el entramado de relaciones que nos configuran y que configuramos, es ahondar en la necesidad de entendernos no como un sujeto estable, sino como un proceso constante que puede más o menos ser localizado pese a la complejidad de la composición social y del nuevo orden mundial.

Desde el terreno de lo artístico, al igual que desde otros ámbitos, debemos favorecer una constatación del poder de los ciudadanos/as en cualquier situación social y estructural para transformar críticamente los usos y significados del espacio propuestos por los productores, desvelar las posiciones privilegiadas de los discursos y los procesos de dominación invisibilizados, partiendo de lo cotidiano, de nuestros contextos más inmediatos. Interconectar estrategias opresoras y construir políticas de solidaridad, para así cambiar profundamente nuestras formas de acercarnos y entender la realidad. Posicionarnos contra la impecable continuidad de esta cultura, de sus narrativas que fluyen de forma nada problemática y el conjunto tan limitado de valores que representan. Y así poder evidenciar y cuestionar la forma en la que se nos presenta como una verdad que nos hemos acostumbrado a consumir de forma pasiva y sin ponerla en duda, para producir una interrupción tanto de la continuación de las narrativas convencionales como de la pasividad del consumidor/a.

Las practicas de resistencia no operan construyendo estructuras alternativas de poder o ignorando las reglas dominantes, sino a través de una apropiación crítica y selectiva de prácticas disciplinarias, transformando su sentido original y alterando su carácter represivo, asumiendo que las relaciones de poder son parte constitutiva de lo social y lo político[26], pero que éstas hemos de hacerlas más compatibles con los valores democráticos.

Pues como afirma O. Rofes: “del “artista-paracaidista” que cae de improvisto sobre los espacios públicos y deja tras de si una estela de obras que legitiman su escasa relación con la realidad circundante, recurriendo al discurso moderno de la autonomía del arte, pasamos al artista que intenta observar muy de cerca, conversar libremente, y participar en los rituales de la vida cotidiana de los futuros vecinos que convivirán con un trabajo artístico surgido a partir de esta experiencia[27].

Desde el arte se genera y construye nuevas realidades, no sólo se refleja o cuestiona, sino que en las propuestas va implícita la creación de nuevas formas de vida. Además de señalar y evidenciar también puede transformar, participar y activar.

Alfonso del Río.


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[1] BOURRIAUD, Nicolás. “Estética relacional”, en A.F.R.I.K.A. Gruppe (et al.) Modos de hacer : arte crítico, esfera pública y acción directa, Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 2001, p.433.

[2] GARCÍA CANCLINI, Nestor, en PÉREZ FONT, José Luís (comisario), Geografías del desorden: migración, alteridad y nueva esfera social. Valencia: Universidad Politécnica de Valencia, 2006, p.17.

[3] Ver BRAH, Avtar, “Diferencia, diversidad y diferenciación”en HOOKS, Bell; BRAH, Avtar; SANDOVAL, Chela; ANZALDÚA, Gloria… Otras inapropiables : feminismos desde las fronteras, Madrid, Traficantes de sueños, 2004, pp.107-136.

[4] CARRILLO, Jesús, “Especialidad y arte público”, en: A.F.R.I.K.A. Gruppe (et al.) Modos de hacer : arte crítico, esfera pública y acción directa, Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 2001, p.140.

[5] Ver al respecto el artículo de ROSLER, Marta, “Si vivieras aquí”, en: A.F.R.I.K.A. Gruppe (et al.) op. cit. pp. 173-2004.

[6] Ver al respecto el documental Confidencias y confesiones, dirigido por Alina Iraizoz y realización de J. Carlos Carrasco y Enrique León, emitido en “Metrópolis”, el 1 de abril de 2004, por La 2 de TVE.

[7] Ibidem, p.132.

[8] Ver al respecto el documental Consumidos, Guión y dirección de Pepa G. Ramos y realización de Carlos Ayuso, emitido en “Documentos TV”, el 4 de diciembre de 2006, a las 23:40 horas, por La 2 de TVE.

[9] ARDANNE, Paul, Un arte contextual: Creación artística en medio urbano, en situación, de intervención, de participación, Murcia: Azarbe, 2006, p.21.

[10] Ibidem, p.27.

[11] DELGADO, Manuel, El animal público: hacia una antropología de los espacios urbanos, Barcelona: Anagrama, 1999, p.14.

[12] Ver CORTÉS, José Miguel G. Orden y caos: un estudio cultural sobre lo monstruoso en las artes, Barcelona: Anagrama, 1997.

[13] ROSLER, Martha, en A.F.R.I.K.A. Gruppe...(et al.), op. cit. p.176.

[14] Ver AMENDOLA Giandomenico, La ciudad postmoderna, Madrid: Celeste, 2000.

[15] ROSLER, Martha, en A.F.R.I.K.A. Gruppe... (et al.), op. cit. p.175.

[16] Ver al respecto el documental Presuntos culpables emitido en el programa Línea 900, el domingo 27 de Junio, a las 20:30h, en La 2 de TVE

[17] Ver M. FOUCAULT, Vigilar, castigar: nacimiento de la prisión, Madrid: Siglo XXI, 2000.

[18] Un ejemplo de las prácticas de resistencia y camuflaje lo encontramos en el trabajo de L. BLISSET, Manual de guerrilla de la comunicación, Barcelona: Virus, 2000.

[19] Ver ABAD, Antoni, Madrid: cuartos mundos, Madrid: La Casa Encendida, 2005.

[20] BORJA, Jordi, El espacio público: ciudad y ciudadanía, Barcelona: Electa, 2003, p. 40.

[21] BRAH, Avtar, en HOOKS, Bell (et.al), op. cit. p.120.

[22] LAQUEUR, Thomas, La construcción del sexo : cuerpo y género desde los griegos hasta Freud, Madrid: Cátedra, 1994, p.31.

[23] Ver WALLIS, Brian [ed.]: Arte después de la modernidad. Nuevos planteamientos en torno a la representación, Madrid: Akal, 2001. pp. 421–436.

[24] Ver MCLAREN, Peter. Pedagogía crítica y cultura depredadora. Políticas de oposición en la era posmoderna, Barcelona: Paidós, 1997, p.91.

[25] CORTÉS, José Miguel G. (et.al.) Contra la arquitectura: la urgencia de (re)pensar la ciudad, Valencia, Generalidad Valenciana, 2000, p.55.

[26] Político entendido en las acepciones propuestas por Chantal Mouffe a “lo político” (ligado a la dimensión de antagonismo y de hostilidad que existe en las relaciones humanas, antagonismo que se manifiesta como diversidad de relaciones sociales) y “la política” (que se apunta a establecer un orden, a organizar la coexistencia humana en condiciones que son siempre conflictivas, pues están atravesadas por “lo” político). MOUFFE, Chantal, El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical, Barcelona: Paidós, 1999, pp.14

[27] PARRAMÓN, Ramón (dir.), IDENSITAT CLF BCN 01-02: proyectos de intervención crítica e interacción social en el espacio público, Madrid: Injuve, 2003, p. 35.